Yoga y los ángeles cambiaron mi vida – Parte 2
En sí, han sido 3 años de muchos cambios de la mano de los ángeles y mi camino por la senda del yoga. Tres años que me han traído de un lado al otro, soltando, soltando, soltando. Sanando…
Para poder llegar al retiro donde aprendí sobre los ángeles y cómo sanar con ellos, pasé por otras experiencias de vida algo fuertes. Necesarias y muy sanadoras, que me acercaron más a la consciencia de que todo ocurre por algo, que nada es casualidad y que los tiempos de Dios son perfectos…
La segunda sacudida
Poco después de lo que les estaba contando, mi abuela Man regresó a casa, la recibimos con muchísimo amor. Le ayudamos con su tratamiento contra el cáncer (trajimos una medicina cubana que estoy segura de que ayudó a que los últimos meses de mi abuela no fueran terribles ni dolorosos). La llevamos a la sala VIP de los cines, donde se divirtió como enana, a caminar junto a la laguna en Malecón, a comer su pescadito con limón… Escuchábamos sus cuentos cortos, sus historias. Disfrutábamos de la comida que seguía cocinando… ¡Un día antes de morir todavía preparó chiles en nogada!
Cuando murió Man, para mí fue un golpe muy intenso. No me lo esperaba. Ella estaba bien, contenta. Y de pronto, en una noche, se fue. Esta vez yo no la pude acompañar, no habría podido, yo creo. A pesar de saber que ya era cuestión de horas, estaba en negación. Fui a trabajar pensando que necesitaba tener tiempo para irla a cuidar después si era necesario, recordando la experiencia con mi abuelo. Pero no fue así, esa misma mañana murió.
Me dolió y aún duele muchísimo no haber estado con ella hasta su último aliento, pero recuerdo perfectamente mi último momento con ella. En el coche, bajándose en la entrada del hospital me dio la mano, me vio a los ojos y me dijo todo. Me expresó todo su amor, le expresé el mío. Nos dijimos todo sin decirnos nada. Me habló de su sufrimiento (le dolía mucho) y le dije que estaría todo bien, que se relajaría pronto y descansaría con la Madre (por quien ella pedía). Todo sin palabras, en un instante.
Entre la muerte de Man y que poco después decidí cambiar de trabajo, viví un proceso super difícil de ajustes, de soltar, de cambios. Pedía esquina. Empecé a buscar un retiro para recuperarme a mí, mi centro, mi sentido de dirección.
El retiro con ángeles que llegó a mí
Estaba buscando un retiro de yoga, algo donde conectar con mi cuerpo y escaparme un par de días de la realidad que me dolía tanto (entré en depresión muy fuerte). Buscando y buscando, no encontraba nada.
Y luego, un retiro me encontró a mí. En algún punto, vi un anuncio en Facebook, no sé en qué página, de un retiro de angelología que (no me lo van a creer, pero es real) empezaba en mi cumpleaños. Chequé la información, vi el hotel donde sería y estaba muy coqueto… Dije, ¡va! ¡Suena padre! Pedí más informes, me contestaron super bien y fácil y pronto.
Yo acababa de entrar a mi nuevo trabajo y con pena le pedí los días a mi jefe (mandado del cielo también, super comprensivo, me ayudó muchísimo en mi subsecuente transición). Me dijo que no había problema, claro… Era cosa de los angelitos ;) Esto fue por ahí de mayo y el retiro era en septiembre, así que repito, la cosa es pausada.
La sabiduría del cuerpo y la Vida
En lo que llegó el retiro, seguí con los cambios. A mi mente le gustaba mi nuevo trabajo, siempre he disfrutado escribir y traducir. Pero a mi cuerpo no le encantaba la idea y me lo decía con migrañas. Empecé a tener como dos o tres migrañas fuertísimas a la semana. Iba al doctor, faltaba al trabajo, me hicieron dos tres estudios, una guarda dental y cuanta cosa… Nada.
Seguía con dolores de cabeza espantosos que me obligaban a no hacer nada, encerrada en mi cuarto oscuro, respirando profundo, meditando. El cuerpo es sabio, te lleva a donde tienes que estar. Cuando no lo escuchamos, nos fuerza a hacerlo por la mala. Para hacerlo por la buena, es cosa de escuchar sus señales, aprender a distinguirlas. Es ahí donde me ha ayudado el yoga, pero me adelanto.
Mi familia todavía no se hacía a la idea de la muerte de mi abuelo y de Man, cuando teníamos que ver qué pasaría con mi abuela, quien necesitaba cuidados las 24 horas. Se había convertido en una niña chiquita. Desde antes de que mi abuelo muriera, ella se refugió en los años de su infancia. Y después aún más… Tenía momentos de lucidez, pero en general iba y venía en los tiempos. Eso sí, era puro amor. Mi abuela fue un dulce, yo siempre he dicho que estaba hecha de miel.
Murió a principios de septiembre, de tristeza principalmente, yo creo. Extrañaba mucho a mi abuelo, no entendía qué pasaba, dónde estaba él, sus hijos (dos tíos que habían muerto antes). Justo el día que ella murió yo estaba en urgencias por una migraña, así que entré a visitarla a la cama en la que estaba dormida. Ahí me despedí de ella, sin saber que me estaba despidiendo. Ya ven cómo es la vida. Le dije que la amaba mucho, le hice cariñitos, le di un beso. Creo que esa misma noche se reunió con mi abuelo, en amor. Ese día está medio borroso en mi memoria, entre el dolor físico (mis migrañas) y el del corazón.
Pero antes, sanando en familia
Hoy en día comprendo que sanar en familia o con la familia, es vital. Aprender de tu pasado y presente familiar ayuda mucho a comprender, sanar y soltar más profundamente procesos que ni sabías que vivías. Y en ese septiembre sanamos algo grande, estoy segura.
Por esas fechas había ido con mis papás a una plática de Desprogramación Biológica, con Eduard Girbau, y terminamos yendo a consulta con él mis papás, mi hermana mayor y yo. Uff. Buenísima terapia, super fuerte y real. Yo quería sanar mis migrañas y los demás, pues quién sabe, cada quién lo suyo. Pero como fuimos en familia, movimos mucha energía, estoy segura.
Yo descubrí que el alma de un hermano mío que no nació me acompañaba desde siempre. Él vivía a través de mí. Mi mamá perdió el bebé y creo que ni siquiera le habían puesto nombre, pero yo sabía que se llamaba Iker. Como si me lo hubiera dicho mi mamá. Claro, lo sabía porque convivía con él, en esencia, en espíritu.
Reconociendo y soltando
En la terapia, Eduard nos guió a mí a soltarlo y a él a irse, regresar a la Luz. Nos costó trabajo. Él no se quería soltar, tuve que sacudir mi mano, empujarlo a irse. Muy raro, porque físicamente no estaba, ¡nunca había estado! Este recuerdo lo tengo tan real como el del ángel a los pies de mi abuelo mientras moría. Tengo la sensación física de tener que empujar la mano de Iker que no liberaba mi mano, así como el dolor de haberlo aventado a un lugar que ni él ni yo sabíamos qué era. Es algo muy particular e interesante. La verdad es que lo cuento, lo escribo y me cae que ni yo me lo creo (je) pero es real.
Le conté a mi familia y Karen, mi hermana mayor, que igual es muy sensible y vivió el proceso muy de cerca, hasta soñó con él. Estuvieron platicando toda la noche, esa noche. Iker se despidió de ella también. Luego, todos lo despedimos simbólicamente en la laguna; como habíamos hecho ya con las cenizas de mi abuela, del abuelo, de mi tía… De vuelta a las aguas del cosmos, digamos.
Una semana después empezó mi retiro de angelología, con Allan Vera. En mi cumpleaños. Año nuevo, ciclo nuevo. Cambios, cambios, cambios. El principio de una nueva vida… Pero ya me extendí mucho, les sigo contando en la tercera parte.